sábado

Doris Lessing (revista ñ)


* El talento es algo bastante corriente. No escasea la inteligencia, sino la constancia.




* Escribir te hace más humano.




* En una novela no hay reglas. Nunca las ha habido y nunca debería haberlas.


jueves

El poder terapéutico de la palabra escrita


"Permite revelar zonas del psiquismo que no surgen con la verbalización", afirma el doctor Héctor Fiorini

Primero fue la llamada "cura por la palabra", inaugurada a fines del siglo XIX por una paciente histérica del neurólogo Joseph Breuer, que bautizó con el término "deshollinar" a su necesidad de hablar sobre los traumas que la enfermaban: como polvo sucio que obturaba su mente, el trauma se reducía a nada al convertirse en palabras que arrastraban el mal fuera de su cuerpo.

Hoy, a nadie se le escapa el poder terapéutico de la palabra. Convivir en silencio con las experiencias personales, especialmente las traumáticas, enferma. Hablar sobre ellas alivia y libera. Pero, ¿cura?

La palabra es una válvula de escape. Pero esta descarga no siempre tiene un efecto terapéutico. En una psicoterapia, la palabra es dicha en el contexto de un tratamiento, es dirigida a otro, un terapeuta que opera sobre esa palabra, la interpreta, le da nuevos significados. ¿La palabra escrita esconde el mismo potencial terapéutico?

El IV Congreso Mundial de Psicoterapias realizado en Buenos Aires dedicó un espacio al tema. Allí expuso el doctor Héctor Fiorini, profesor titular de la Facultad de Psicología de la UBA, que comenta: "La palabra escrita y la palabra hablada se complementan. Hablar sobre lo vivido a veces tiene un carácter difuso, que la escritura detiene y le da forma. En la psicoterapia psicoanalítica, una de las tareas centrales es desarrollar en cada paciente un observador crítico que despliegue un proceso de trabajo sobre sí, los otros y los mundos que constituyen la trama de su vida. Para eso usamos, además de la palabra hablada, otros lenguajes que otorguen expresión más plena a la experiencia psíquica. Así, la palabra escrita se convierte en un instrumento capaz de revelar zonas del psiquismo que no surgen con la verbalización".

Fiorini rescata las palabras de una paciente que presentaba dificultades para retener lo hablado: "Escribir me organiza, es más fácil leer un pensamiento en el papel que leerlo en la cabeza, es una especie de cable a tierra", decía. Además, conservar los escritos y releerlos tiempo después permite "introducir la historicidad en el proceso terapéutico con el valor adicional de habilitar otra plataforma de observación".

Esta apertura a otras miradas también puede surgir con la lectura de una obra literaria, que a veces es recomendada dentro del contexto terapéutico. El lector se identifica con los protagonistas de ese drama que es ajeno, pero tiene aspectos propios, como si se viera a sí mismo en los personajes de la obra; esta distancia le permite observarse desde afuera, ver otras zonas de sí mismo y abrir nuevas puertas a su percepción.

La literatura se construye desde lo que Fiorini define como "psiquismo creador": el autor se despega de la realidad para crear nuevos mundos; en este sentido, su rol se amalgama con el del psicoterapeuta, que busca caminos alternativos para transformar aquellas situaciones cristalizadas y aparentemente inamovibles que enferman y producen sufrimiento. La creación literaria y la psicoterapia despliegan nuevos universos.

El cuento terapéutico se instala en esa intersección entre literatura y psicoterapia. Mónica Bruder, autora del libro El cuento y los afectos (Ed. Galerna), afirma que "el cuento es una metáfora que mediante un lenguaje simbólico permite conectarnos con lo más íntimo de nosotros".

Esto lo convierte en una vía privilegiada de expresión, con potencial efecto terapéutico: cuando se trata de expresar situaciones que dejaron una huella traumática, se puede transformar en un instrumento reparador.

"En el cuento se presenta una situación conflictiva que finalmente se resuelve. Si esta resolución es tomada como una oportunidad de vida que permite construir un final feliz o positivo, facilita la resolución simbólica de la situación traumática", asegura. El cuento terapéutico, que cualquiera puede escribir, es una oportunidad de recrear una situación dolorosa y resolverla positivamente.

"La creación implica vida, crecimiento, movimiento, libertad. Escribir un cuento terapéutico es la posibilidad de recrear la situación dolorosa, desandarla y resolverla positivamente para recuperar el bienestar."



miércoles

Del blog "El boomeran(g)"

El blog El Boomeran(g) es completísimo y hay de todo y vale la pena conocerlo.



Blog de Xavier Velasco

Sobre escribir


(Probá de leerlo en voz alta
contagia
entusiasma
dan ganas.
Y después, si querés, lo imprimís, o lo copiás a mano y fijate, marcá lo que más te resuena, subrayá lo que te grita a gritos que es para vos, y desde ahí, escribí algo tuyo)






Escribir cada día, y hasta a cada rato. Escribir y escribirse, explicarse, comprenderse, contrastarse, cambiarse, complicarse, cosificarse. Escribir como apuesta contra todo, y todavía más que eso contra la nada (que como siempre acecha como nadie). Escribir por tristeza, por saudade, por miedo, por deseo, por fe ciega y por eso luminosa. Escribir porque es hora ya de enviar el escrito y no se sabe aún por dónde comenzar. Escribir en la cama, la mesa, la playa, el taxi, el baño, la carretera. Escribir a mitad del escenario de una mesa redonda sobre algún tema serio, con dos dedos discretos sobre el teléfono, esperando que nadie se dé cuenta. Escribir lo que duele y fingir que no duele, que se es duro y mundano y capaz de mirarlo todo desde arriba, desde lejos, desde otro que no es uno y jamás tiembla ni acredita el ardor. Escribir con sarcasmo, jugando a que ese látigo truena sobre los otros y no sobre la espalda del mismo que lo empuña. Escribir un insulto, un requiebro, una frase inconexa que se quiere ingeniosa sólo por inconexa. Escribir lo que pasa y aclarar que no pasa, que sólo es ocurrencia y no escurrencia, que no hay sangre a la vista y todo está en su sitio. Escribir con los pies en el aire, ingenuamente, como otros van y cazan mariposas. Escribir una carta plena de languidez, leerla y caer víctima de su hechicería y contemplarse lánguido en sus párrafos. Escribir con las ganas de abrirse las entrañas y que así nadie dude que en lugar de escribir se está gritando y ya no importa más que escuche quien escuche. Escribir cautamente y jamás darse cuenta que se hace exactamente lo contrario y no hay siquiera forma de prevenirlo. Escribir tan contento que ya no se concibe un estado distinto, y luego hacerlo en medio de tal desolación que ya no se recuerda que se estuvo contento. Escribir nombres, fechas, llenar hojas y hojas de datos bien precisos, creer que ya por eso se ha edificado alguna cosa sólida. Escribir con medida arquitectura, calculando los ritmos hasta irlos respirando, encontrando colores entre las vocales y una rara lujuria en las consonantes. Escribir con triptongos y darse a pronunciarlos en voz alta por una mera súplica de los sentidos. Escribir como el niño que juega a las mentiras y hacer la travesura de que absolutamente todo sea verdad. Escribir en un sitio de internet lo que nunca se escribiría en otra parte y agazaparse entonces tras el monitor. Escribir en paredes, como un paria, pero cuidar celosamente la ortografía. Escribir y borrar, tachar, romper, quemar, que no quede ni el rabo de una coma porque igual hasta eso podría delatarnos. Escribir chistes malos y creerlos buenos; o tal vez al revés, cómo saberlo. Escribir el recuerdo de lo que uno juró que olvidaría. Escribir porque sí, para nada ni nadie, como si por ahí se respirase. Escribir con calor en medio de una helada. Escribir el amor, si eso es posible, y suponer que así se entrará en sus secretos, como lo haría algún bisturí apasionado. Escribir describiendo lo que nunca existió y descubrir que existe sólo por eso. Escribir cada sueño que no se tuvo para ver si ahora sí llegamos a tenerlo. Escribir cada cosa, cada detalle, cada ángulo y arista. Escribir cada día, y hasta a cada rato.