domingo

Escribimos desde que aprendemos a escribir

Escribo desde siempre, pero me di cuenta hace no mucho. No, no soy boba, pero siempre me pareció natural escribir. Escribía agendas y las decoraba (la verdad, verdad: lo sigo haciendo) con stickers, con frases que me gustaban, con palabras recortadas, versos, partes de una canción.

No tengo nada guardado de lo que escribía porque nunca me destaqué: a nadie le pareció lo suficientemente “bueno” como para hacerme tomar conciencia de lo que hacía.

Sé que llevaba un diario en mi adolescencia. Sé que lo escondía atrás de muchas cosas en la parte de arriba de mi placard, ahí donde se supone que uno guarda porquerías o cosas que no necesita tener a mano. Bueno, ahí escondía yo mi especie de diario, bien, bien escondido. Ahí yo escribía, medio en clave por si alguien por casualidad lo llegaba a encontrar, cosas muy personales: de amores, del chico que me gustaba, de encuentros. Me acuerdo perfecto el día que sentada en mi cama, llorando, después de una pelea con mis viejos, y llena de furia y de impotencia, agarré mi diario, y empecé a escribir y a escribir que nunca nunca nunca iba a tratar a mis hijos como ellos me trataban a mí y con furia lo empecé a mamarrachear y hasta me pasé de hojas de tanto que apretaba la birome y rompí y mamarraché muchas hojas más.

El día que ordené mi cuarto, y separé las cosa que me iba a llevar a mi departamento nuevo, mi nueva casa de recién casada, con 21 años, tiré ese diario y todas las cartas y agendas y papeles que tenía.

No guardé nada, de tanto que quería empezar algo nuevo, tiré todo lo viejo.

Hoy me arrepiento. Podría entender muchas cosas leyendo algo de todo eso, podría ver cuánto me ayudó o no escribir, podría tener recuerdos verdaderos.

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